V de Vingegaard
Combloux se incorpora a la lista de lugares venerables en la historia del ciclismo. Una denominación que se considerará tumbativa ante la representación estelar, casi sobrenatural, del virtual campeón del Tour de Francia 2023. Jonas Vingegaard volatizó la escasa diferencia que reñía con su oponente, desconcertando a gurús, pontífices y sabios en esto del ciclismo.
Desde entonces, todo tipo de especulaciones comenzaron a vertirse por la escombrera de las redes sociales, manifestando lo que muy bien les replicaba Luis Pasamontes, ex ciclista del Movistar; que hay muchos que nunca están contentos, que es lo más parecido a vivir amargado.
No es nuestro caso. La gesta de Vingegaard descuadró todas las cuentas y cábalas. Se nos presentaba una semana con tres etapas de montaña forzadas a despejar las dudas de un Tour llamado a decidirse en pocos segundos. Combloux tiró por el acantilado las previsiones más sensatas y el ciclismo volvió a regatear a la probabilidad. Vingegaard camufló en sus pantorrillas dos bielas de F1 y los watios entraron en descontrol. La humanidad se superó ayudada por la ambición de un enclenque danés con cara de niño que, sin embargo, tiene la fuerza de un Sansón.
La gestión de la adversidad
El mejor ciclista del mundo cayó derrotado con todo merecimiento. Pogacar cometió errores que después se subrayan en la desazón de la derrota. El cambio de bicicleta denotaba la inseguridad del aspirante frente al campeón, que no dudó de su superioridad al margen de detalles más propios de laboratorios de ideas que de la primigenia del ciclismo, el deporte más antropólogico de todos.
Con Pogacar en dificultades solo quedaba ejecutar la sentencia maquiavélica de rematar al oponente herido. Courchevel sería el escenario de la tragedia ciclista. Una etapa alpina de más de 5.200 metros de desnivel que guardaba similitud en dimensiones con aquella del Galibier, de la que emergió un tal Vingegaard.
Pogacar se hunde
La desgracia viene siempre acompañada. Un Pogacar maltrecho sumaría la de magullado a su condición. Un desafortunado afilador antes del fragor de la batalla anuló la estrategia de revancha y las fuerzas integrales del esloveno. Todo estaba perdido. Desencajado por la crueldad del destino, asumía ” estar muerto y que el Tour había terminado”
Para muchos Vingegaard ganó el Tour en Comblaux, y es probable que tengan razón. Sin embargo, en mi opinión donde se ganó fue donde no lo perdió. En el ciclismo también se gana cuando se minimiza la derrota o cuando se impide la victoria absoluta del rival.
Algo así sucedió en Joux Plane, a falta de apenas tres kilómetros para coronar. El desaforado ataque de Pogacar era incontestable. El danés gestionó con la frialdad de un bacalao de las Islas Feroe aquellos veinte metros que le distanciaban físicamente del esloveno, y metafísicamente, del Tour de Francia. Vingegaard no tan solo contrarrestó y aplacó a la fiera, la destronó al llegar a la cima arañándole los primeros tres segundos de los más de siete minutos que a día de hoy le saca a su gran adversario, dejando a su alcance el segundo Tour consecutivo.
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